El otro Descendimiento riosecano
No es nuestro Santo Paso la única representación del Descendimiento de Cristo que existe en la Ciudad de los Almirantes. A ambos lados de la embocadura de la Capilla Mayor de la Iglesia de Santa Cruz se ubican dos bellos retablos, casi gemelos, que en su día estuvieron dedicados a Ntra. Sra. de la Piedad y al Cristo de la Pasión.
Los retablos son obra de Juan de Medina Argüelles o su entorno y posiblemente, según recoge Esteban García Chico, con la participación del escultor Andrés de Oliveros. Fueron ejecutados entre 1684-1685, financiados con las limosnas que aportó a tal fin el comerciante de paños Pedro de Ledesma Zorrilla y para el de la Piedad, además, con las de fray Diego de Aguilar, obispo que remitió mil pesos de plata desde las islas Filipinas. Fueron policromados en 1697 por el salmantino Juan Martínez, a costa del citado Ledesma y con panes de oro del taller vallisoletano de Andrés de Brizuela.
Es en el retablo de la Piedad donde encontramos el otro Descendimiento riosecano. Un relieve situado en el centro del gran remate semicircular del mismo, encuadrado entre dos columnas salomónicas y grandes tarjetas con motivos vegetales, que forma parte del rico conjunto que adorna los dos retablos y que, con toda probabilidad son obra del escultor berciano Tomás de Sierra, que en 1681 se había casado con la riosecana Inés de Oviedo, afincándose en nuestra ciudad y al que se pagaron, en 1689, cuatrocientos reales por la hechura de los relieves.
La escena muestra una interpretación personal de la iconografía del descendimiento propia del barroco. Los Santos Varones están en lo alto de la Cruz -aunque curiosamente Nicodemo y José de Arimatea se encuentran en una única escalera mientras un tercer personaje desclava la mano izquierda de Cristo encaramado al propio travesaño de la cruz-. A los pies de esta San Juan parece levitar para recoger el cadáver de Jesús, mientras la Virgen extiende un sudario y María Magdalena enjuga sus lágrimas con un pañuelo.
Aunque se evidencia una clara influencia de Gregorio Fernández, la escultura supera el barroquismo y avanza hacia un estilo nuevo. Los pliegues de los ropajes son más naturales y los rostros de los protagonistas muestran una mayor dulzura, trocando la teatralidad de los pasos procesionales barrocos por un naturalismo que unido a la profundidad del relieve otorga un claro componente pictórico a la escena, que recuerda los cuadros sobre el pasaje del Descendimiento obra de pintores centroeuropeos como Van der Weiden, Rembrandt o Rubens.
Los sucesivos derrumbes de la iglesia de Santa Cruz hicieron que el retablo fuera trasladado a la iglesia de Santa María, allí la talla de la Piedad que lo presidía pasó a ocupar el espacio en el que anteriormente se ubicaba el sagrario del retablo, colocándose el Nazareno de Santa Cruz en la hornacina de la Virgen. Finalmente el retablo recuperó su ubicación original al inaugurarse el Museo de Semana Santa.