Francisco Díez de Tudanca fue un cotizado artista de su época y maestro de numerosos alumnos que acudían a su taller para recibir clases como aprendices. La influencia artística de Díez de Tudanca se extendió más allá de las fronteras puramente locales pese a ser un artista de discutible calidad artística, del cual ni siquiera está claro que fuera discípulo de Gregorio Fernández tal y como se ha aventurado durante muchos años. Aunque lo cierto es que todavía se ignora todo lo relacionado con sus años de formación y aprendizaje, y aunque no puede descartarse totalmente que pudiera haber sido discípulo directo de Fernández, lo más probable es que en realidad lo fuera de algún alumno aventajado suyo.
Según datos de la profesora de la Universidad de Valladolid María Antonia Fernández del Hoyo, a quien se debe el grueso de la investigación en torno a este imaginero, está sobradamente documentado que nació en Valladolid en el mes de mayo del año 1616, desarmando la teoría de Esteban García Chico, que situaba el lugar de nacimiento precisamente en Tudanca, una localidad santanderina de donde es muy probable que proceda el segundo apellido del artista.
Hijo de Diego Díez de Tudanca y de María Gómez, familia que gozaba de una posición económica desahogada, su vocación artística fue una excepción en el seno de la misma. Los primeros datos acerca de su trayectoria datan de 1644, momento en el cual parece que ya tenía montado su propio taller en la Plaza Mayor de Valladolid. Tres años más tarde renovaba el arrendamiento de una casa propiedad de doña Jerónima Camargo, pagando 500 reales. Por aquellos entonces en el ánimo del escultor existía el propósito de cambiar de domicilio pues en abril de 1648 pagó a un maestro albañil por las reformas que había hecho en unas casas que estaban en el Pasadizo de Don Alonso Niño Castro, que corresponde a la actual calle de La Pasión.
Otra de las facetas que se han venido destacando acerca de la personalidad de Díez de Tudanca guarda relación con su carácter religioso, sin duda tomando como referencia el hecho cierto de que perteneciera a diversas cofradías de la ciudad que le vio nacer. Así sabemos que en 1650 era miembro de la de San Lucas, que agrupaba a pintores y escultores; ocho años después aparece como mayordomo del paso de La Humildad que pertenecía a la cofradía de La Piedad, también fue contador y mayordomo de la cofradía del Santísimo Sacramento y Animas de la parroquia de San Lorenzo
No obstante, su vinculación más directa fue con la Cofradía de La Pasión para la cual realizó, muy probablemente, su primer trabajo como artista. En 1650 el pintor y dorador Pedro de Antecha se comprometió a pintar un paso, figurando Tudanca como testigo del contrato firmado. Dicho paso puede corresponder, en líneas generales, al que se conserva en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid en el cual dos de los sayones parecen obra evidente de Gregorio Fernández, en tanto que los otros dos, rígidos y muy toscos, bien pudieran haber salido de las manos de Francisco Díez de Tudanca y de Antonio Ribera.
Su época más creativa -al menos en lo que se refiere al número de obras ejecutadas- corresponde a la década de los años cincuenta del siglo XVII, realizando una larga serie de figuras religiosas para pueblos de las provincias de Valladolid, Palencia, Segovia y León lugar éste último para el cual realizó numerosos trabajos. Tantos, que en alguna ocasión hubo de renunciar a determinados compromisos por no poderlos atender, tal y como sucedió con el retablo de la iglesia parroquial de Ataquines, que con treinta y seis relieves y bultos, fue el trabajo más voluminoso aceptado hasta la fecha. Eso ocurría en el año 1656 y dos años más tarde, pasado con creces el plazo estipulado, el escultor confesaba que a pesar de haber recibido dinero y comenzado varias obras del mismo, no había podido acabar el encargo, decidiendo cancelar el contrato. A esta misma década corresponden una imagen de Santa Lucía para Lomoviejo (Valladolid), una Asunción para Tordesillas, dos Cristos yacentes para localidades de Palencia y Segovia, una Inmaculada, el retablo mayor del convento de franciscanas de Cuenca de Campos (Valladolid), y varias obras más realizadas para otras localidades.
Su éxito continuó también a lo largo de la década de los sesenta de la centuria, realizando una larga serie de figuras, entre las cuales destaca el paso del Descendimiento de Medina de Rioseco.
Francisco Díez de Tudanca fue maestro de numerosos artistas que llegaron a su taller para aprender el oficio. Entre estos últimos destaca Bernardo del Rincón, hijo del escultor del mismo nombre autor, que comenzó a estudiar el oficio en 1661; y Juan de Ávila, que sería su más relevante discípulo y la figura más destacada de la escultura vallisoletana del último tercio del siglo XVII. Este último artista llegó al taller de Tudanca en marzo de 1667, comprometiéndose el maestro a darle de comer, vivienda y ropa limpia blanca, así como a «darle enseñado de todo lo necesario en el oficio en dichos cinco años tratándole bien de obra y de palabra» a cambio de 200 reales
En 1675, Francisco Díez de Tudanca realizó para Valladolid su último encargo conocido: los retablos de la capilla mayor del convento de San Francisco, cada uno de los cuales constaba de seis columnas salomónicas, cuatro de ellas formando un templete y las otras dos adosadas al respaldo.
Díez de Tudanca, casado en octubre de 1643 con Francisca Ezquerra, no tuvo descendencia y murió en fecha no determinada entre los años 1685 y 1689.